Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
La renuncia de Rodrigo Valdés, cuando solo restan 6 meses de la actual administración, es lamentable pero no es muy sorprendente. Es lamentable porque fue la consecuencia de un proceso mal manejado.
No conozco ni entraré en los detalles técnicos del proyecto Dominga, para no caer en prejuicios. Sí diré que el crecimiento importa y que el cuidado del medio ambiente también importa, y que si esos objetivos entran en conflicto lo razonable es buscar soluciones.
Me imagino que los asesores de los ministros integrantes del Comité (los “sherpas”) habrán discutido los detalles e informado a sus jefes con anticipación. También me imagino que los involucrados intuían el resultado de una votación. Pero citar el viernes en la tarde para votar el lunes en la mañana es una forma burda de la mayoría de pasarle la aplanadora a la minoría. Ni en el Congreso se usa eso. Es feo. Y peor entre colegas de gabinete. Lo razonable es pasar desde la discusión de los sherpas a la discusión entre ministros, y tomarse el tiempo necesario para acercar posiciones. Buscar soluciones consensuadas “hasta que duela”. La imagen de un gabinete fracturado le hace mal al país y le hace mal al gobierno.
Pero, como señalé, tampoco me pareció sorprendente la renuncia de Valdés. Durante su gestión tuvo el respaldo de la Presidenta para cuadrar la caja fiscal, pero nunca tuvo ese respaldo cuando quiso añadir algo de lógica económica a los proyectos emblemáticos. Cuando asumió como ministro la reforma tributaria ya estaba aprobada, y tuvo un margen muy escaso para remendar los errores de ésta. En la reforma laboral, en cambio, sí participó activamente y fue notorio el distanciamiento con la entonces ministra Rincón. También fue notorio que el proyecto finalmente enviado estaba lejos de los planteamientos de Valdés. Fue la primera de varias aplanadoras que siguieron. Tarde o temprano se colma el vaso. Hubiera querido que siguiera, pero entiendo su renuncia.
Pero lo anterior ya es leche derramada, y hay que seguir adelante. Nicolás Eyzaguirre es el flamante nuevo ministro de Hacienda y espero que le vaya bien. Estamos solo a un mes del inicio de la discusión presupuestaria en el Congreso, y falta la parte más compleja: cerrar la negociación interna del gobierno con un presupuesto razonable. El presupuesto y la exposición de la hacienda pública deberían dar el tono de lo que será la gestión de Eyzaguirre. También hay otros frentes importantes: el reajuste de remuneraciones del sector público en un año electoral, los camioneros que amenazan con movilizaciones, y, por sobre todo, el eventual envío de una reforma constitucional a discusión parlamentaria donde, hasta ahora, la lógica económica ha estado ausente.
¿Podrá adecuar el presupuesto a ingresos fiscales muy ajustados? ¿Resistirá que sus colegas de gabinete le falten el respeto? ¿Sucumbirá a las aplanadoras? Falta poco para saberlo.