Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
El triunfo de Donald Trump es, sin duda, la noticia del año. Según los especialistas, Trump supo captar el malestar de amplios segmentos del electorado de EE.UU., incluyendo en ese malestar la desconfianza hacia los políticos profesionales (como la señora Clinton). El voto protesta puede ser capturado mediante una retórica de “lo que no nos gusta”. Pero, esa retórica, que es útil para ser oposición, no sirve para liderar y menos aún para gobernar (qué difícil resultó formar una mayoría en España con movimientos contestatarios como Ciudadanos y Podemos). En el caso de Trump, más le vale que a México le vaya bien económicamente. De lo contrario, aumentará la migración ilegal.
Trump es un empresario exitoso y, por lo tanto, espero que sea pragmático como presidente, sin “retro excavator” respecto de lo ya andado. Si así fuera, no sería el primero ni el último presidente que se da una voltereta al asumir.
Con todo, Trump refleja una tendencia mundial preocupante no solo en lo político, sino también en lo económico, que es mi tema.
A mi juicio, el origen está en las tendencias mundiales a partir de la crisis de 2008-2009. Las economías desarrolladas más afectadas por la crisis financiera están hoy sobrendeudadas. EE.UU. aumentó su deuda pública neta desde 45% del PIB en 2008 a 80% del PIB en 2015. Esto es, un aumento de 35% del PIB. España y el Reino Unido la aumentaron en 40%, Irlanda en 60%, y así. Estas cifras reflejan el costo de la crisis (la de 1982-83 en Chile costó entre 15 y 25% del PIB, dependiendo de quién la mide). En otras palabras, esas economías tienen pocos grados de libertad en lo fiscal y se han embarcado en lógicas de mayor austeridad y mayor ahorro. Como contrapartida, el comercio internacional ha perdido fuerza: entre 2001 y 2008 (7 años) las exportaciones mundiales medidas en dólares más que se duplicaron; entre 2008 y 2015 (también 7 años) solo aumentaron en 12% acumulado (y están estancadas desde 2011). El crecimiento del PIB a escala mundial se ha pegado en un 3% anual. Las economías desarrolladas, en tanto, llevan 5 años creciendo menos de 2% y no se avizora un repunte en el horizonte. El crecimiento de la gran mayoría de las economías -incluyendo a EE.UU., China y Chile- se ha ubicado por debajo de las expectativas en todos y cada uno de los años post-crisis.
En síntesis, el panorama económico mundial es sombrío y hay crecientes discursos en el mundo desarrollado en cuanto a que la economía gobal ya no es una fuente de oportunidades sino que de amenazas. Ese es un caldo de cultivo para posturas nacionalistas, xenófobas y proteccionistas, provenientes de distintas posiciones políticas. Trump y el Brexit son un reflejo de eso. Esa es una mala noticia para economías pequeñas y abiertas como Chile.
En la historia moderna no hay que remontarse muy lejos para ver tendencias parecidas. Actitudes nacionalistas, xenófobas y proteccionistas fueron también la orden del día en las principales economías del mundo después de la Gran Depresión, con consecuencias traumáticas para la historia de la humanidad. Aventuras como la de Trump se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan.