Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
La era digital y la robótica están provocando cambios acelerados. Cada vez más las personas realizan sus compras, sus trámites bancarios y su selección de series de TV por medios digitales. Para los bancos, por ejemplo, es más barato operar con sus clientes por internet que en sucursales. Uber y Cabify, aunque exista regulación, están desplazando a los taxis y colectivos. Los supermercados y tiendas de departamentos ya están experimentando con cajas automatizadas y telemercados.
La atención al público de los servicios del Estado está mutando hacia medios electrónicos. En las economías desarrolladas aumenta el número de personas que trabaja desde su casa. Las universidades están virando hacia bibliotecas virtuales, y probablemente los colegios también lo harán. Y así. Frente a todos estos cambios y los que vendrán, se espera que haya un desplazamiento significativo de puestos de trabajo, que dejarán de tener sentido. ¿Qué tanto hay que preocuparse por eso? No tengo la respuesta a esa pregunta, pero sí quiero compartir algunas reflexiones.
No es la primera vez que existen innovaciones ahorradoras de trabajo. Piense, por ejemplo, en la introducción de la computación. Si la sociedad hubiera seguido haciendo lo mismo que antes pero con computadoras en vez de con personas, el resultado habría sido grave. Pero lo que ocurrió fue que la computación permitió realizar un sinfín de cosas que antes no se hacían. Desplazó puestos de trabajo, pero también permitió la creación de más empleos que los que destruyó. Así, la era digital y de la robótica no es para hacer lo que ya hacemos, sino para expandir la frontera de lo posible. Y eso también genera empleos. Pero también exige adaptabilidad. Y es esto último lo que me preocupa más para Chile.
En efecto, los tiempos que vienen requerirán habilidades más generales (matemáticas, comprensión de lectura, habilidad para aprendizaje permanente, ciencias), que puedan adaptarse a un mundo cambiante. La prueba PISA, que promueve la OCDE a nivel escolar, permite hacer algunas comparaciones al respecto. En 2006 el promedio de los alumnos chilenos en matemáticas fue de 411 puntos, algo por sobre Brasil y México, pero muy por debajo del promedio de la OCDE (494 puntos). En 2015 Chile escaló a 423 puntos mientras el promedio OCDE se redujo en el margen (490). Es decir, en 9 años bajamos la diferencia desde 79 a 67 puntos. A esa velocidad, tardaremos 50 años en igualarnos en matemáticas con la OCDE. Y 30 años en ciencias.
La educación escolar subvencionada en Chile es de mala calidad. Muchos jóvenes egresados de la educación media no entienden lo que leen, no saben escribir lo que piensan y su nivel en matemáticas es malo. Y no es culpa de ellos. ¿Y qué estamos esperando para arreglar esto?