Autor: Raúl Eduardo Sáez
Fuente: El Mostrador
El presidente electo de EE.UU. ya anunció que entre sus primeras medidas está el retiro de su país del Acuerdo Transpacífico (TPP), una de las principales banderas de su campaña. Esto ha provocado diversas reacciones entre los países que suscribieron dicho acuerdo. Entre ellas están las de las autoridades de Chile y Perú en favor de insistir en la ratificación del TPP, modificando la cláusula de entrada en vigencia, de manera que la ausencia de EE.UU. no sea un impedimento para dicha entrada en vigencia.
Cabe recordar que el TPP es una iniciativa de EE.UU., que excluye a China, el primer mercado de destino de las exportaciones de Chile y Perú, y que incluye disciplinas en áreas que son casi exclusivamente de interés de EE.UU. Por ello, las autoridades de estos dos miembros de la Alianza del Pacífico deberían explicar públicamente por qué es conveniente para sus dos países apoyar nuevas reglas para el comercio global en temas que son (o quizás ahora eran) prioritarios para EE.UU., y además por fuera de la OMC. Este es el caso, por ejemplo, de herramientas de política fundamentales para el desarrollo económico en el siglo XXI, tales como los impedimentos a la innovación y la transferencia de tecnología hacia economías emergentes que implican las disciplinas en derechos de propiedad intelectual, sin mencionar el costo de los medicamentos.
Un estudio encargado por DIRECON muestra que el impacto del TPP para Chile en el largo plazo es un PIB, exportaciones e importaciones más altos en un 0,12%, un 1,23% y un 1,22%, respectivamente. Solo para dar órdenes de magnitud, si Chile ratifica el TPP, la tasa de crecimiento del PIB potencial pasaría de estar entre 2,5 y 3%, según el último IPoM, a entre 2,62 y 3,12%. En otras palabras, en lugar de duplicarse en 24 años, el PIB pasará a duplicarse en 23 años. Por el lado del comercio exterior, en 2015 las exportaciones en precios constantes en pesos cayeron en un 1,9%, en tanto que las importaciones lo hicieron en un 2,8%. Es decir, en un año, la evolución de la economía global tiene más impacto en las exportaciones chilenas que el TPP en el largo plazo.
El hecho de que Chile haya obtenido como complemento al TPP concesiones en el acceso al mercado de otros miembros no parece un argumento sólido, considerando que ya están en vigencia acuerdos bilaterales con todos los miembros del TPP y el mejoramiento en dichas condiciones se podría obtener en las revisiones periódicas de dichos acuerdos sin necesidad de adoptar disciplinas estadounidenses.
¿Significa esto que no tenemos una agenda comercial internacional? Por cierto que no. Una agenda pragmática y viable en el corto plazo debe tener los siguientes cinco componentes.
Primero, Chile y sus socios de la Alianza del Pacífico deben dar un salto cualitativo en el diálogo para la convergencia con el Mercosur. Este salto debe ser hacia la liberalización del comercio intrarregional con flexibilidad para mantener excepciones (ojalá las menos posibles) en aquellos sectores sensibles, sin descuidar las otras materias en la agenda ya en curso. La convergencia debiera llevar a una completa liberalización del comercio intralatinoamericano, a partir de la convergencia de todos los acuerdos bilaterales actualmente vigentes. Los nuevos vientos que soplan en la región son favorables a una iniciativa de este tipo.
Segundo, Chile debe colaborar a un acercamiento entre Brasil y México, los países que tienen el tejido industrial más desarrollado, para que estos dos países sean los centros de cadenas de suministros industriales intralatinoamericanas. El porcentaje de insumos y partes importadas de las exportaciones de Brasil es apenas un 11% (OCDE, 2011), por lo que hay un enorme espacio para una mayor integración industrial con el resto de la región. En el caso de México, dicho porcentaje es 32%, siendo la mayor parte originarios de EE.UU. Si se cierra el mercado norteamericano, México deberá buscar reorientar sus exportaciones hacia América Latina e incorporar insumos de la región. El acuerdo económico comprensivo regional (RCEP) reforzará las cadenas de valor de Asia. América Latina no puede seguir rezagada en la construcción de esta nueva forma de inserción en la economía global.
Tercero, los costos de transporte y logística en la región siguen siendo altos comparados con los del Sudeste de Asia. Es el momento para revitalizar y ampliar, hacia toda la cadena logística, el plan de trabajo del Consejo Sudamericano de Infraestructura y Planeamiento. Sudamérica se encuentra retrasada respecto de Centroamérica en integración física y energética. Chile tendría mucho que ganar con una mayor integración energética y física.
Cuarto, Chile puede ayudar a que América Latina se acerque como bloque a Europa. Aunque los europeos estarán concentrados en la negociación del Brexit, las negociaciones Mercosur-UE abren la perspectiva de que en un futuro cercano Europa tendrá acuerdos con la casi totalidad de los países latinoamericanos. El siguiente paso es negociar en conjunto con Europa la consolidación de todas las preferencias otorgadas a las exportaciones latinoamericanas y la acumulación de origen, de manera que exportaciones de un país latinoamericano cumplan con las normas de origen, utilizando insumos de otros países latinoamericanos.
Por último, Chile, México y Perú deben apoyar activamente el inicio de las negociaciones para crear un área de libre comercio de Asia-Pacífico, iniciativa lanzada en 2014. Esta área incluiría un mayor número de países que el TPP, en particular a China, pero también a otras economías dinámicas de Asia, como Corea, Indonesia y Tailandia.
Esta no es una agenda corta. Es ambiciosa, pero responde a los desafíos que deberán enfrentar Chile y América Latina en el caso que la principal economía del hemisferio siga echando marcha atrás y debilitando el sistema multilateral de comercio que empujó desde 1947.