Autor: José Pablo Arellano
Fuente: El Mercurio
Tuve el privilegio de ser parte del gobierno de don Patricio desde marzo de 1990 hasta marzo del 94. Más allá de lo que significó para mí ser parte de ese gobierno con el que se iniciaba la vuelta a la democracia, me dio la oportunidad de conocer al Presidente Aylwin. Hasta entonces, apenas lo había conocido.
En la campaña estuve entre quienes lo acompañaron en un par de giras por el país y luego de ser electo Presidente, participé en reuniones con su equipo económico.
No es esta la ocasión para destacar las notables características de ese gobierno, en cuánto contribuyó a dar gobernabilidad al país, a restablecer nuestras prácticas democráticas, a unir a los chilenos, a darles confianza en su futuro, a ganar un enorme prestigio internacional, a conseguir un progreso económico destacable y a realizar reformas que hasta hoy entregan sus frutos.
Quiero destacar el liderazgo de don Patricio. Hasta hoy me emociona su discurso en el Estadio Nacional donde reclama con fuerza el respeto para todos los chilenos y apela a la unidad.
Quiero relatar dos circunstancias en que estuve presente en momentos en que como Presidente tomó decisiones en el plano económico, las que atesoro como una enseñanza de la política impregnada de valores.
A principios de su gobierno estábamos buscando reducir la inflación, que a fines de 1990 bordeaba el 30%. Como parte de esa política en 1991, estimábamos que era necesario moderar el crecimiento del gasto público. A esa conclusión habíamos llegado con el Ministro Foxley que lideraba el equipo económico. En esos meses se había elaborado el proyecto para realizar la línea 5 del metro, después de años sin inversiones en ese campo.
Era un proyecto no solo muy necesario para atender el transporte sino también era un” proyecto estrella “, de esos que todo gobierno quiere concretar y entregar a la población con el consiguiente reconocimiento por materializar obras que le reportan claros beneficios.
Lamentablemente nuestra conclusión era que habría que reducir el ritmo de inversiones en el Metro a fin de moderar la expansión de la demanda y así contribuir, junto a otras iniciativas, a moderar la inflación. El Ministro Foxley me pidió que lo acompañara a hablar con el Presidente para explicarle la situación.
Nos recibió, escuchó, y después de hacer algunas preguntas, concluyó:” Es cierto, no les puedo negar que me gustaría que esta obra se pudiera inaugurar en mi gobierno, tal como habíamos planeado, pero si Uds. me dicen que tiene estos otros riesgos y que hay motivos más poderosos para que la inversión sea más gradual, lo haremos así”.
La nueva línea fue inaugurada después del término de su mandato, pero él se involucró personalmente para impulsarla decididamente y resolver parte de las dificultades que enfrentó el proyecto.
En otra ocasión, a pocas semanas de terminar su gobierno estuve presente en una reunión encabezada por el Presidente para resolver sobre una empresa pública que arrastraba pérdidas por varios años y que no tenía ninguna viabilidad. Era necesario paralizar sus actividades. Los ingresos por ventas ni siquiera alcanzaban a pagar los sueldos a pesar de los numerosos esfuerzos que se habían hecho por mejorar su operación.
Como es evidente este tipo de decisiones generan costos y resultan impopulares, aun cuando estaba previsto adoptar medidas compensatorias para quienes perderían el empleo. El Presidente, después de escuchar, preguntar y ponderar las distintas situaciones, nos dijo “es preferible que los costos de una situación impopular, pero necesaria, las pague el que se va y no el Presidente que llega”.
Sin aspavientos y como algo natural nos indicaba sus criterios para resolver: elegir lo que creía mejor para el país, no solo estando dispuesto a pagar los costos de medidas que podían ser impopulares, sino incluso preocupándose de buscar lo mejor para la gestión de su sucesor.
Esa grandeza y generosidad en la búsqueda de lo mejor para el país es la que inspiró a este gran Presidente. El mejor reconocimiento que podemos brindarle es siendo fieles a esa lección de generosidad en nuestro desempeño en la actividad pública o privada.