Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

LA NOVELA de Dickens cuenta la vida de un niño sin familia en la Inglaterra de los 1830s. Oliver pasa su primera infancia en un orfanato negligente. A los nueve ingresa a un reformatorio que promueve el trabajo infantil y donde sufre el “bullying” de sus pares. Tras otras peripecias se convierte en un “niño de la calle” y es inducido al crimen por un delincuente adulto y explotador. Recién allí Dickens nos da un respiro introduciendo personajes bondadosos y otros malos (muy malos) para culminar en un final feliz. La novela transcurre en una Inglaterra que se consolidaba como la principal potencia política, económica y militar del planeta. Pero el poderío británico coexistía con una miseria masiva y perseguida (la vagancia se consideraba un crimen). Dickens, a través de sus novelas, fue un activista de la denuncia social, como también lo fueron sus contemporáneos Victor Hugo y Balzac en Francia.

Traigo este tema a colación a propósito del Sename y los más de 1.300 jóvenes muertos bajo su tutela. La comisión investigadora de la Cámara de Diputados intentó buscar un (o una) culpable. ¿Fue negligente en este tema el gobierno? Sí y mucho. ¿Fue también negligente el gobierno anterior? También, pero no formaba parte de la investigación. ¿Y los anteriores? Probablemente también. Para ubicar a los responsables sería necesaria una “selfie” que incluyera a la clase política y a los que han (hemos) tenido cargos de responsabilidad pública, incluyéndome. ¿Por qué? Porque Chile ya no es el país de 1990, donde el progreso vigoroso coexistía con una miseria masiva y maltratada. La extensión de la pobreza hacía imposible resolver con rapidez las carencias heredadas. Así, había una educación de buena calidad para los que podían pagarla, y otra masiva y de mala calidad para el resto. Lo mismo en salud, pensiones, y así. El Sename, en tanto, seguía esa lógica, con un cuidado de los adolescentes a su cargo masivo, barato y malo.

Pero el Chile de hoy ya no es el de la miseria masiva sino el de una clase media mayoritaria y exigente, y el de una clase política incapaz de ordenar la agenda. ¿Acaso los jóvenes del Sename marchan? ¿Están organizados corporativamente para exigir sus derechos más básicos? ¿Acaso participaron corporativamente en los “cabildos ciudadanos”? ¿Cuál es el poder electoral de esos jóvenes? Nuestra clase política actual no tiene ese “plus” que se necesita para reconocer y resolver las prioridades de la sociedad que no se expresa corporativamente.

Inglaterra y Francia siguieron progresando a lo largo del siglo 19, y al entrar al siglo 20 ya contaban con sistemas de salud pública, pensiones, educación y cuidado de jóvenes y adultos acordes con su nivel de desarrollo. O, para decirlo en lenguaje de izquierda, el progreso surge como respuesta a las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas, por una parte, y la denuncia social y las demandas de una sociedad cada más compleja, por otra. Acá, en cambio, el progreso económico dejó de ser prioridad y la agenda social la determina la puja corporativa. El Sename no forma parte de esa puja y resulta difícil de priorizar por una clase política corporativista. Así, no me extraña que lo importante sea encontrar al (la) culpable en vez de ser proactivos en soluciones.

Fuente: La Tercera

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