Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
Marcelo Ríos popularizó el “no estoy ni ahí” en los años 90 cuando le preguntaban su opinión sobre temas de interés nacional. Ese desprecio por problemas graves que afectan a otros ha tenido otras versiones.
En los años 70 el entonces presidente de la Corte Suprema, al ser requerido por la prensa, respondió “los desaparecidos me tienen curco”. De vuelta a los 90, el presidente de una hidroeléctrica enfrentaba a una comunidad pehuenche cuyos terrenos serían inundados por una nueva represa. Frente a la consulta de los medios señaló “no somos una empresa de beneficencia”.
¿Qué pasaría hoy si le consultaran sobre las pensiones, el acoso a las mujeres y/o los pueblos originarios a una figura pública, como lo era Ríos, o a una autoridad pública o un empresario relevante? Imagínese el repudio público general y la pérdida de reputación si la respuesta fuera “no estoy ni ahí”, “me tienen curco”, o “los negocios son negocios”.
Digo todo esto a propósito de un tema que me da miedo mencionar porque apenas lo haga la mayoría de ustedes dejará de leer la columna. “Que lata”, “no estoy ni ahí”. Pues bien, esta vez escribo sobre regionalización.
Este párrafo es crucial. Lo anterior fue para mantenerlo interesado, pero es aquí donde me la juego para mantener ese interés. Hay una ley en marcha para que en 2020 haya una elección de gobernadores regionales y pronto se pondrá en marcha el traspaso de funciones. En Argentina, Brasil y Colombia, por sólo nombrar unos pocos, la regionalización mal hecha es la causa principal de crisis fiscales recurrentes, inestabilidad económica y corrupción, entre otros males. Perú ya comenzó su descentralización y parece que también tendrán problemas graves. Ojalá puedan corregirlos a tiempo.
Si tenemos la oportunidad de hacerlo bien, ¿por qué hacerlo mal? En otro plano, nuestra agricultura, minería y acuicultura son de nivel mundial. Desde el punto de vista productivo, muchas regiones son más modernas que Santiago y ofrecen más oportunidades de emprendimientos innovadores. La modernización regional también ha tenido otras dimensiones: carreteras de primer nivel; cobertura de la electrificación rural y tratamiento de aguas de estándar OCDE; desde 1995 se han construido más megamalls en regiones que en Santiago, y así.
Todas las experiencias exitosas de descentralización han conectado esas dos dimensiones: por un lado la descentralización administrativa que, por lógica es de arriba hacia abajo, y, por otro lado, el desarrollo de territorios inteligentes que, también por lógica es de abajo hacia arriba. Y en esa conexión participaron no sólo las autoridades políticas y administrativas, sino que también -y muy activamente- las universidades regionales, la sociedad civil y la comunidad organizada, todos ellos con exigencias de transparencia y rendición de cuentas. Ojalá que en Chile la regionalización no se circunscriba al mundillo de la política. La Política (así, con mayúscula) tiene la obligación en este caso de hacerlo bien.