Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
Según el FMI (WEO, database abril 2016), la economía chilena (PIB) más que se triplicó entre 1990 y 2014 en pesos constantes, con un crecimiento promedio de 5,1% anual. Según esa misma fuente para el mismo período, Chile subió del quinto al primer lugar en América Latina (18 países) en PIB per cápita.
Eso es un récord que nos distingue. Pero también es cierto que nuestro crecimiento ha sido altamente inestable, con fuertes aceleraciones y aún más fuertes desaceleraciones. De las últimas se destacan las asociadas a: (1) la crisis asiática y su contagio a las economías emergentes (1998-99); (2) la crisis financiera mundial, de la que aún no se recuperan las economías desarrolladas (2008-09), y (3) la más reciente que, a la mediocridad del mundo desarrollado, añadió la desaceleración de China y la caída de precios de commodities (2014-?).
En cada uno de esos episodios el diagnóstico de muchos economistas es que se desaceleró el PIB potencial, incluso reescribiendo la historia de los años inmediatamente anteriores. El PIB potencial reflejaría las tendencias de largo plazo, mientras que el PIB efectivo se mueve cíclicamente en torno a esa tendencia. En otras palabras, esas desaceleraciones habrían sido más estructurales (de largo plazo) que cíclicas (de corto plazo).
Los ingredientes del PIB potencial en Chile son (a) el capital productivo, que se mueve en el tiempo según la inversión; (b) el empleo, que para una tasa de desempleo de tendencia se mueve según la fuerza de trabajo, y (c) un residuo que elegantemente se llama productividad total de factores o PTF, y que reflejaría el impacto de las innovaciones tecnológicas, las mejoras de gestión de las empresas y de las instituciones, entre muchas otras. Robert Solow (premio Nobel 1987, y que introdujo este concepto) señaló que ese residuo más bien mide la magnitud de nuestra ignorancia (de los economistas).
Esa forma de diferenciar lo cíclico de lo estructural es un “americanismo” (de EE.UU). En ese país no hay crisis de balanza de pagos, pues tiene el exorbitante privilegio de emitir la principal moneda de reserva. En Chile, en cambio, todas las grandes crisis económicas de los últimos 100 años se han gatillado por problemas de balanza de pagos. También la reciente desaceleración económica que, como se dijo, responde a un deterioro abrupto y no anticipado del entorno externo relevante para Chile, lo que es mal medido por la lógica del PIB potencial.
En otras palabras, el diagnóstico de este columnista es diferente. Se trató de episodios de deterioro del contexto internacional relevante para Chile, y la desaceleración es más el reflejo de una pérdida de competitividad (equilibrio externo) que del PIB potencial (equilibrio del mercado de trabajo). En lo más reciente, el ciclo de altos precios del cobre afectó negativamente la competitividad del resto de los sectores transables internacionalmente. La caída del precio del cobre terminó por dar el golpe de gracia a nuestra competitividad, la que deberá recomponerse para volver a crecer. Pero eso toma tiempo.