Autores: Ignacio Walker y Carlos Portales
Fuente: El Mercurio
América del Sur no puede estar tensionada entre Unasur y Prosur. Es un falso dilema en la perspectiva de la integración regional.
Desconocer que aquella languidece, es colocarse de espaldas a la realidad. Pretender que Prosur va a resolver los problemas es un acto de voluntarismo.
Lo que se requiere es de una reflexión tranquila, sustantiva, en una perspectiva de futuro, que concite un amplio consenso, en consulta con los diversos actores, entendiendo que es el Presidente de la República, en su calidad de Jefe de Estado (no de jefe de gobierno, no de líder de coalición), el que define la política exterior, entendida como una política de Estado.
En el trasfondo de esa reflexión debe considerarse la excesiva proliferación de iniciativas e instituciones, las duplicidades, la fragmentación y la falta de coherencia desde el punto de vista de la integración regional y subregional.
Es así como Celac, con la pretensión de representar a toda América Latina y el Caribe, se ha convertido en un débil mecanismo de coordinación, con un contenido común tan mínimo que no ha podido representar al conjunto de la región. El Sica, en Centroamérica, y el Caricom, en el Caribe anglófono y más allá, tienen altos y bajos dentro de los límites de su reducido tamaño.
El Mercosur, con la idea inicial de constituir una unión aduanera y con su enorme potencial, carece hoy de nuevas iniciativas y depende de los vaivenes de las políticas y las economías de Brasil y Argentina.
La creación de la Comunidad Sudamericana de Naciones (2004) tenía el loable propósito de tratar de crear un puente entre Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (junto con Chile, Guyana y Surinam), pero al poco tiempo se convirtió en Unasur (2007), alejándola de su objetivo inicial y sumiéndola en un nuevo intento fallido de integración regional.
Para qué decir el Alba, que desde sus inicios se planteó como una alianza ideológica entre los «Socialismos del siglo XXI» (que han constituido otro fracaso estrepitoso). Los alineamientos ideológicos no son buen terreno para consolidar la integración regional o subregional.
En contraste con esos intentos fallidos, la Alianza del Pacífico, con su foco en el libre comercio, aparece como una experiencia más exitosa, aunque con una gran duda en relación con el cambio en México y la postura que asumirá AMLO sobre la materia.
El Grupo de Lima, con su foco en Venezuela, creado bajo el gobierno de la Presidenta Bachelet, mantenido y reforzado bajo el gobierno del Presidente Piñera, es un claro ejemplo de cómo la continuidad de las políticas de Estado es lo que redunda en beneficios para la región.
En lo que se refiere a Unasur, a pesar de algunos logros parciales, suspendió las cumbres presidenciales después de 2014, terminando en la práctica con el diálogo político entre sus miembros y, para hacer aún más potente la crisis, todavía en 2019 no se lograba un consenso (que es la regla que ha imperado) para reemplazar a su último secretario general, Ernesto Samper, que dejó su cargo en 2017.
Enfrentar este confuso panorama para tener una voz regional requiere claridad en los objetivos y asegurar un consenso entre los potenciales participantes, sobre todo si se trata de crear un nuevo referente regional. El proyecto de Prosur no parece tener estas características: su perfil ha sido confuso, al variar las versiones que hemos escuchado del Gobierno y la Cancillería; no parece existir una suficiente consulta diplomática con otros potenciales participantes y, por último, no ha existido un mínimo de consulta interna en los organismos establecidos en nuestra institucionalidad para una propuesta de este alcance.
La conducción de la política exterior debe estar desprovista de ideologismos, con el único objetivo de servir al interés nacional, sin pretender «liderazgos regionales» que lo único que hacen es alejarnos de una verdadera concertación para la integración.
Tal vez sea el momento de recordar el sabio discurso del Presidente Patricio Aylwin, el 21 de mayo de 1990, en que señalaba lo siguiente: «tenemos la convicción de que estamos avanzando por la buena senda, sin que nos inspiren afanes protagónicos» y agregaba: «el Gobierno aspira y hace todo lo necesario para que nuestra política exterior constituya una política de Estado, fruto de un gran consenso nacional, por encima de las diferencias partidistas».
Fuente: El Mercurio