En el marco de los 40 años de Cieplan, Fernando Henrique Cardoso, ex presidente de Brasil e invitado especial de Cieplan, habló con Economía y Negocios de El Mercurio y advierte sobre la necesidad de recuperar confianzas para volver a generar crecimiento económico.
Ha sido un año difícil para Brasil: la Presidenta Dilma Rousseff fue destituida en un juicio político por manipular cuentas fiscales, todos los días figuras influyentes aparecen involucradas en casos de corrupción y la economía -la mayor de América Latina- atraviesa la peor recesión en 25 años.
En conversación con «El Mercurio», el ex Presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), quien estuvo esta semana en Santiago para participar en el aniversario de los 40 años de Cieplan, identificó los desafíos inmediatos y las transformaciones de la sociedad brasileña.
-¿Cómo evalúa los primeros seis meses del gobierno del Presidente Michel Temer?
«No es una situación fácil. Sin embargo, creo que las expectativas en Brasil no eran que el gobierno de Temer pudiera resolver todos los problemas del día a la noche. La expectativa es que se calme un poco la situación y que empiece a reorganizar el drama principal que es la crisis económica y sus consecuencias sobre el desempleo».
-¿Cree que medidas como poner techo al gasto fiscal van bien encaminadas?
«Sí. La situación fiscal es dramática. El techo demuestra la firme disposición del gobierno de volver a seguir reglas. Lo que pasó con el gobierno anterior fue la falta de capacidad de mantener las reglas, la Ley de Responsabilidad Fiscal y otras. El hecho de que el gobierno haya aprobado el techo con más de 360 votos en la Cámara de un total de 513 es la demostración de que tiene fuerza en el Congreso. Eso lo registran los mercados, pero también la gente. Es muy positivo».
-El Partido de los Trabajadores (PT) estableció la llamada ‘nueva matriz’, que consistió en crédito público barato y masificar el consumo. Mientras de paso se desmontaba la fórmula que impuso su gobierno: Ley de Responsabilidad Fiscal, cambio flexible y metas de inflación que se cumplen. ¿Cuánto perjuicio causó esto a la economía?
«El incumplimiento de esos objetivos causó un perjuicio como nunca nadie ha causado en el país. Ahora el déficit es de cerca de US$ 50.000 millones, y eso después de algún esfuerzo de contención. El endeudamiento público por consecuencia es enorme. Punto dos, los estados están en una situación desesperada, Río es un caso. Además, la desorganización de las empresas públicas fue enorme. Lo de Petrobras es lo más evidente, ya que tiene una deuda externa e interna de más o menos US$ 100.000 millones. Esa empresa tiene una capacidad de producción que más o menos corresponde al 10% del PIB y está todo en gran medida mermado por la deuda. Ahora empieza a reaccionar.
El perjuicio global que el gobierno (de Dilma Rousseff) ha causado al país fue enorme y se mide en las consecuencias sociales: 12 millones de desempleados, lo que corresponde grosso modo al 12% de la fuerza laboral. Entonces es dramático. Desorganización administrativa, endeudamiento público e incapacidad de abrir un horizonte para quienes viven del trabajo».
-Si hubiese que establecer la mayor urgencia que enfrenta la economía, ¿cuál sería?
«El principal componente es el déficit. Aparte de gastar más de lo que es posible, hay un riesgo que es estructural, que es la Caja de Previsión de Social, lo que hoy corresponde al 10% del PIB, que es mucho.
Tenemos cerca de un millón de empleados públicos jubilados, a ellos se les pagan unos 70.000 millones de reales (unos US$ 20.000 millones). El déficit pensional del sector público es enorme. El gran desafío del gobierno de Temer o de cualquier gobierno es dar una señal sobre cómo es que el déficit va a ser manejado en el futuro. Y no puede ser rápido, tiene que haber un plan».
-¿A pesar de todo es optimista en cuanto a que en 2017 Brasil debería volver a crecer? Se estima que tras dos años de recesión (-3,8% en 2015 y -3,3% proyectado en 2016) la economía podría expandirse medio punto.
«Si se vuelve a crecer, está bien. Lo que necesitamos es recuperar confianza. Eso requiere reglas buenas y duraderas. Si existe eso, tenemos cómo arrancar de nuevo el crecimiento económico. Nadie puede imaginarse que Brasil tenga un retroceso social. Es inviable. Las llamadas conquistas sociales son hechos necesarios. Ahora no hay cómo mantenerlas si no existe crecimiento. Tenemos que recuperar el crecimiento económico de modo que sea posible mejorar la situación social.
Hay capitales en el mundo, pero si no vienen es porque no creen. Si no creen, es porque no hay confianza. Si se restablece la confianza y hay una programación competente en cuanto a infraestructura, sumado a la competitividad que tenemos en el sector agrícola y minero -incluido el petróleo-, será posible creer que en los años venideros tengamos una posición avanzada en la economía».
-Usted viene hablado de que Brasil atraviesa una crisis moral por el tema de la corrupción. ¿Qué medidas se deberían tomar para «pasar en limpio al país», una expresión suya?
«Primero, hay que reconocer que las instituciones son sólidas, la fiscalía y los jueces tienen autonomía. De los 11 jueces de la Corte Suprema, ocho fueron nombrados por Lula o Dilma. Fueron los mismos que avalaron el impeachment . Ahora hay muchos empresarios y políticos importantes en la cárcel. Hay tres tesoreros del PT en la cárcel y otros líderes de partidos. El sistema jurídico brasileño está funcionando y tiene respaldo popular.
Todo impeachment es traumático, pero las instituciones demostraron que tiene fuerza y que es posible que haya alguna regeneración. Estamos en marcha, vamos a ver».
-¿Las investigaciones judiciales por presunta corrupción han cambiado su imagen del ex Presidente Lula da Silva?
«Lula está enterrando su historia. En el período anterior, cuando hubo el llamado escándalo del Mensalão (coimas a diputados a cambio de apoyo en el Congreso), yo me opuse a un proceso de impeachment . Primero, porque no creía que fuese verdad. Segundo, porque Lula era un líder popular. El primer obrero que llegaba a la Presidencia. Hacer un impeachment era algo políticamente grave.
También con Dilma yo fui de los últimos en aceptarlo. Porque conozco las consecuencias y son dramáticas. Pero llega un punto donde no hay solución. Dilma tomó medidas que iban contra la Constitución. La Constitución prohíbe partidas económicas sin aprobación del Parlamento, y ella lo hizo varias veces. Pero no fue solo eso. El impeachment ocurre cuando hay una parálisis en el gobierno, la sociedad se pone en contra y además el Congreso actúa. Ese es un hecho político que tiene una razón jurídica.
Con Lula es distinto. Ya no está en el gobierno, es un tema más personal. Es un líder político que hizo mucho y me da pena ver cómo un hombre como Lula echó a perder su biografía metiéndose en confusiones de esa naturaleza. No quiero juzgarlo, eso cabe a la justicia. Pero hay muchas acusaciones. Creo que Lula tendrá que tomarse su tiempo para tratar de probar que es inocente, si eso es posible. La impresión que se tiene afuera es que hay demasiados casos donde es difícil pensar que no tenía nada que ver».
-A pesar de todo lo que ha pasado, cuando se hacen encuestas sobre posibles candidatos aparecen los mismos nombres, Lula, Marina Silva… ¿Falta una renovación de liderazgos?
«No creo mucho lo que digan hoy las encuestas sobre lo que va a pasar en 2018. En general, valen más cerca del momento. No creo que Lula tenga hoy condiciones electorales, aunque aparezca por aquí y por allá. Eso es porque no está todavía en la lucha política.
Sin embargo, es verdad que hay una enorme necesidad de renovación y a la vez se ven muy pocos líderes nuevos. No se trata solo de tener a alguien más joven, sino con ideas nuevas y más que eso, de otra generación. Hay cambios que se producen en la historia que dependen de cambios generacionales. Uno puede tener la cabeza bien y los ojos abiertos, pero es distinto. La generación actual vive bajo las tecnologías de las comunicaciones, eso no es así con la vieja generación. La sensibilidad es otra. Tiene que haber alguien que asuma un rol de liderazgo. Me da la impresión de que en Brasil la gente quiere saber para dónde vamos. Es necesario que haya voces nuevas».
-¿Identifica alguna voz nueva en el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), su partido?
«El PSDB tiene tres capas distintas. Yo, que soy de los mayores (85), y que estoy fuera del juego. Después vienen los que me siguen, que están todavía muy fuertes, como (el canciller José) Serra y su generación. Y otra generación es la de (el gobernador paulista Geraldo) Alckmin y (el senador) Aécio Neves. O sea, los de más de 80, los de más de 70 y los de alrededor de 60. El partido tiene mucha gente en esas circunstancias. Creo que llegó el momento para los de más de 50 años y hay que ver si surgen con más fuerza. Hay gobernadores, y no solo en mi partido, que están en esta categoría.
El gran problema de Brasil -un país con más de 200 millones de habitantes- es cómo un líder local se vuelve nacional. Eso pasa por los medios, no por los partidos. ¿Cómo se proyecta alguien? Lo más fácil es cuando es bizarro: (Donald) Trump. Pero lo otro es cuando se trata de alguien que expresa un interés muy fuerte de la sociedad, que es capaz de hablar de un modo que la gente entienda. Lula o yo. Es un mecanismo complicado. La gente critica a los partidos que no están promoviendo líderes. Pero es la misma sociedad la que promueve a las personas capaces».
-¿Tiene algún preferido o un delfín?
«Las dos fuerzas que hoy mueven la política brasileña son la crisis -por el desempleo y el déficit- y Lava-Jato, o sea, los jueces. Mientras (la megaoperación anticorrupción) Lava-Jato no termine no se puede saber quién va a quedar parado. Mejor ser prudente».
-Cuando usted dice que está «fuera del juego», entiendo que no va a seguir el camino de su amigo, el ex Presidente chileno Ricardo Lagos, con la reelección…
«Lagos fue solo una vez. Yo dos. Ya basta (ríe)».
-Pero de querer, usted legalmente puede…
«De poder puedo, pero no creo que sea conveniente ni para Brasil ni para mí».
»Si se vuelve a crecer, está bien. Lo que necesitamos es recuperar confianza. Eso requiere reglas buenas y duraderas. Si existe eso, tenemos cómo arrancar de nuevo el crecimiento económico».
Fuente: El Mercurio