Nuestro país demostró en los últimos treinta años la inédita capacidad de articular una transición desde el régimen autoritario de Pinochet hacia una democracia en forma, y un proceso de desarrollo inclusivo que le significó más que triplicar el ingreso por persona, reducir la pobreza desde un 45 a un 12 por ciento, y proyectarse al mundo como un país respetuoso de los derechos humanos y de las normas internacionales que permiten avanzar hacia una convivencia en paz a nivel global.
Sin embargo el país enfrenta en la actualidad un conjunto de problemas y nuevos desafíos impensables hace diez años. La economía reduce sustancialmente su crecimiento al tiempo que su nueva clase media se siente insegura ante el progreso y la amenaza del cambio constante inherente a la globalización.
Para tener éxito frente a este desafío, hay que apelar nuevamente a esa impresionante capacidad que el país demostró para lograr los entendimientos fundamentales entre los más diversos actores políticos y sociales que hicieron posible acordar e impulsar una agenda de cambios institucionales, de dictadura a democracia; del modelo neo-liberal al crecimiento con equidad; desde un país aislado en la comunidad internacional, a un país integrado y respetado.