Mientras que Ignacio Walker defiende para el caso chileno un sistema de gobierno parlamentario como un first best y uno semi-presidencial como un second best, Sebastián Soto y Ana María García asumen la defensa del sistema presidencial.
Walker argumenta que tal vez haya llegado la hora de someter al presidencialismo chileno a un escrutinio crítico. A pesar de importantes momentos de estabilidad política, no se puede perder de vista el hecho de que en el siglo XIX el sistema presidencial devino en una guerra civil y el suicidio del Presidente Balmaceda, mientras que en el siglo XX concluyó en un quiebre democrá-tico, un golpe de Estado y el suicidio del Presidente Allende. Lo cierto es que los sistemas de gobierno se prueban especialmente en momentos de crisis. El estallido social del 18/10 habría dejado de manifiesto las debilidades del sistema presidencial (fortalecido en la Constitución de 1980).
Lo que permanece como inalterable a lo largo de la historia de Chile es el multipartidismo y tanto la literatura como la experiencia comparada demuestran que éste conversa mejor con el parla-mentarismo que con el presidencialismo. La gran proliferación de partidos (25 con existencia legal y 16 con representación parlamentaria) bajo el presidencialismo realmente existente, permanece como uno de los principales problemas a resolver. La experiencia comparada demuestra que el parlamentarismo tiene mejores herramientas que el presidencialismo a la hora de reducir el nú-mero de partidos efectivos.
¿Qué impide la adopción de un sistema parlamentario en Chile? El mito del presidencialismo (un mito fundacional), los prejuicios contra el parlamentarismo (se dice que ha fracasado en circuns-tancias que nunca se le ha intentado en la historia de Chile), lo fuertemente arraigada que se encuentra la elección directa del Presidente de la República y el grave desprestigio del Congreso y de los partidos aparecen como el principal obstáculo. En esas circunstancias, la adopción de un sistema semi-presidencial puede aparecer como una alternativa digna de explorar.
Ana María García argumenta que la existencia de un sistema multipartidista juega más en contra que a favor de un sistema parlamentario o semi-presidencial (porque dificulta la formación de
mayorías de gobierno), en un contexto de desprestigio del Congreso y de los partidos. Destaca, en el caso de Chile, lo muy arraigada de la tradición presidencial y, sobre todo, la asentada cos-tumbre de la elección directa del Presidente de la República. Ana María García se inclina por una forma de gobierno presidencial atenuado o corregido.
Sebastián Soto, por su parte, comparte las críticas a una forma de gobierno parlamentaria o semi-presidencial y se manifiesta partidario de un “presidencialismo de coalición”. Entre las primeras destaca el riesgo de parálisis en la forma de gobernar, de inmovilismo (como en la cohabitación), el espíritu de fronda que tiende a primar en las formas parlamentarias (siempre hostil a la autori-dad del Gobierno y del Presidente) y el problema de la inestabilidad en la capacidad de gobernar.
Frente a esos problemas, el presidencialismo de coalición puede ser una mejor alternativa, en la medida que cuenta con una “caja de herramientas” para suplir las propias deficiencias de un sis-tema presidencial, propendiendo a coaliciones estables de gobierno.
Lucas Sierra e Ignacio Walker
Coordinadores del proyecto conjunto CEP y CIEPLAN para la deliberación constituyente