Chile ha alcanzado un nivel de desarrollo económico definido internacionalmente como el de “un país de ingreso medio” y dentro de esta categoría, estaría cerca de pasar la barrera hacia una condición de economía avanzada, con una democracia estable.
Sin embargo, las economías que alcanzan este nivel, corren el riesgo de caer en “una trampa” que les impide lograr el crecimiento económico y los avances en productividad requeridos para pasar el umbral hacia un país desarrollado. Las razones son diversas y tienen que ver principalmente con las necesidades de diversificar su estructura económica y, consecuentemente, exportadora, el incremento de las demandas por bienestar y la necesidad de integrar a toda la población y a todos los territorios al nivel de desarrollo alcanzado. De allí la necesidad de un re-enfocar el proceso de desarrollo para establecer una nueva etapa.
Se trata ahora, entre otros, de aprovechar las ventajas que el país tiene en el concierto internacional: sus abundantes y diversos recursos naturales y la calidad de sus recursos humanos. El desafío es cómo conectar ambas fuentes de potenciales ventajas competitivas, a través del fomento de un desarrollo inteligente desde su base productiva, es decir desde sus territorios.
Un camino de desarrollo que ahora debe estructurarse desde abajo hacia arriba, “botton up”, sustituyendo al tradicional “top down”, donde las propuestas de desarrollo fluían centralizadamente desde el poder central hacia los territorios.