Lee la intervención de René Cortázar en el seminario «A 30 años del triunfo del No. ¿Qué le dice al Chile de hoy?”, organizado por la PUCV, la Fundación Patricio Aylwin y la Fundación Konrad Adenauer Stiftung.
«El 5 de Octubre representa varias cosas a la vez.
Esa noche, cuando no podíamos conciliar el sueño, agitados por lo que habíamos vivido, orgullosos de la acción colectiva que habíamos desarrollado como país, con una mezcla de esperanza y una cierta percepción de fragilidad, fuimos tomando conciencia de las distintas dimensiones del
triunfo.
El hecho más evidente: el triunfo de la democracia. Muchos en Chile dudaban que fuera posible. Incluso varios expertos internacionales que coincidían en que la estrategia insurreccional no tenía ningún destino; acto seguido, mostraban bastante escepticismo sobre la posibilidad que el No pudiera ganar la elección, y que el resultado fuera reconocido.
Pero no solo había ganado el NO en el plebiscito. Importaba también lo que había ocurrido durante la campaña. Se habían ido confrontado distintas visiones de la democracia y del desarrollo. Y la visión, algunos dirían hoy el relato, que orientaba la estrategia del NO, especialmente en su dimensión
televisiva, que fue decisiva, logró una cierta hegemonía.
¿En que consistía esa visión, o ese relato que, me atrevo a decir, se hizo relativamente hegemónico, en la sociedad chilena?
Primero: afirmaba que la democracia es mucho más que un sistema que asegura que la “mayoría de voto gana”. Es un sistema que busca servir al “interés general” de la sociedad; que incluye los intereses de la mayoría y también los de las distintas minorías. A veces pueden ser minorías étnicas,
como los pueblos originarios, sociales, económicas o sexuales.
Se afirmaba que la democracia busca servir los intereses del conjunto del pueblo. Así, por lo demás, lo había reconocido la filosofía política desde hace siglos. Especialmente, después de la Revolución Francesa. Como dijo el Presidente Patricio Aylwin al confrontar algunas divisiones durante su discurso en el Estadio Nacional, en Marzo de 1990: de lo que se trataba, en esta nueva etapa, era de forjar la unidad nacional; porque “Chile es uno solo”. Ese interés general cohabita, con los intereses particulares, y los conflictos entre distintos sectores sociales. Conflictos que también forman parte de la vida
nacional. Pero que no impiden la existencia de un interés general, que los enmarca, y que resulta indispensable, a través de la deliberación democrática, identificar y construir. Por supuesto, en aquellos aspectos en que no es posible identificar o articular, esos intereses o visiones comunes, se impone el voto mayoritario sobre el minoritario.
Segundo: el relato afirmaba que el desarrollo económico y social también debe servir al interés general de la sociedad. Que, más allá de los conflictos distributivos entre distintos grupos sociales que, por supuesto, existen, y son válidos, todos podemos avanzar al mismo tiempo. Más aún: que en este mundo híper-globalizado, en especial a partir de la década de los 80, con las inversiones desplazándose rápidamente entre países, para lograr el desarrollo sustentable, o avanzamos todos o no avanza nadie. No se ha escuchado hasta ahora de algún país, en que progrese el 50% de los hogares
más pobres, sin que progrese el conjunto de la sociedad. Una economía con bajo crecimiento impide beneficiar, en forma persistente, a las grandes mayorías. Es la sociedad, en su conjunto, la que alcanza el desarrollo sustentable. O es la sociedad, en su conjunto, la que se frustra. Es la experiencia histórica. Esta visión estuvo en el centro de la campaña del NO.
Estas afirmaciones de que tanto la democracia como el desarrollo debían estar orientados a servir el interés general de la sociedad no se transmitió, en la Campaña del No, como una idea abstracta, como un argumento puramente racional. Era el fruto de una campaña que expresaba, a través de su lenguaje
audiovisual y sus símbolos (partiendo por el arcoíris, con todos los colores), una cierta visión. Era el resultado de una campaña que expresaba, a través de los afectos y emociones que buscaba suscitar, con sus imágenes, con su música, esa misma visión. Según la cual el objetivo final, era el interés general
de todos, sin exclusiones. Después de los afectos, las emociones, el fortalecimiento de las identidades, se daban las razones.
Fue a partir de esta perspectiva, política y económica, que los gobiernos de la Concertación dieron tanto énfasis al interés general, en su discurso y en su práctica política. Dieron tanto énfasis a los consensos, la cooperación y los acuerdos. Hay quiénes creen, a mi juicio equivocadamente, que la búsqueda
de los consensos en esos años fue simplemente un acto de realismo político.
Una respuesta táctica a una situación del momento. Otros van un poco más allá: creen que esto de los consensos fue simplemente el resultado de un liderazgo más bien débil, de la Concertación. Es necesario reafirmar que fue fruto de una visión que había sido planteada durante los años de lucha por
recuperar la democracia. Y, en particular, durante la campaña del No. Que había sido ampliamente aceptada por la ciudadanía. Que se había convertido en hegemónica en la sociedad chilena. Y que probó ser tremendamente eficaz, desde el punto de vista de mejorar sustantivamente la vida cotidiana de los chilenos.
Era, ciertamente, una visión bastante rupturista respecto de la propuesta de la campaña del Sí. Basta contrastar ambas campañas televisivas. Una marcada por el entendimiento y la cooperación y la otra marcada por el conflicto y la descalificación.
Las dos campañas expresaban, a través de su lenguaje audiovisual y sus símbolos, visiones muy contrapuestas.
Pero las diferencias de la campaña del NO, no fueron solo respecto del gobierno de la época. Se diferenció también, de visiones que habían cobrado cada vez mayor fuerza, en las décadas previas al 11/9/73.
En Chile se fueron fortaleciendo, gradualmente, a lo largo de los años, por diversas razones, tanto en la política como en la economía, visiones que, obviando la centralidad del interés general, situaban el énfasis en el conflicto, la confrontación y las pugnas distributivas entre unos y otros; por sobre la
cooperación, los consensos y el desarrollo de todos.
De más está decir, que ambas dimensiones, conflicto y cooperación, son válidas y necesarias. No se puede tratar de prescindir de alguna de ellas. Son parte de la vida social. El asunto está en las prioridades. Como dijimos, se fue
fortaleciendo, gradualmente, la visión de quiénes veían como prioridad como eje dominante, la perspectiva de los intereses contrapuestos y el conflicto, por sobre los intereses comunes y la cooperación.
En parte como fruto de todo esto, los resultados del país en materia económica y social, digámoslo con franqueza, no fueron buenos.
Nos ubicamos, persistentemente, en el sexto lugar de la tabla de posiciones de América Latina. No sólo en términos del ingreso nacional por persona.
También en las oportunidades de trabajo, el poder adquisitivo de los salarios, el monto de las pensiones, el acceso a la vivienda y a la educación, así como a las oportunidades de recreación para las familias.
Siempre sextos. Durante décadas sextos. Cambiaban los gobiernos y seguíamos sextos. Al iniciarse el primer gobierno democrático, el once de marzo de 1990: sextos….
El libro de economía más leído de la época: Aníbal Pinto: «Chile: un caso de desarrollo frustrado».
Durante la dictadura, especialmente en la oposición, hubo una reflexión bastante crítica respecto de nuestra historia económica y social. Fue un largo debate. En que cada vez más personas comenzaron a ver la necesidad de un cambio de prioridades. De un cambio de eje.
El 5 de Octubre culmina ese largo proceso, y cristaliza el cambio en el eje dominante, tanto respecto de la democracia como del desarrollo. Se termina por imponer una visión de la democracia y el desarrollo con un énfasis en los intereses comunes y la cooperación.
Esta nueva visión, que fue desarrollada a lo largo de los años, que está recogida con fuerza en la campaña del NO, y que se hizo, a mi juicio, relativamente hegemónica en la sociedad chilena, y sirvió de orientación a los gobiernos de la Concertación, permitió que nosotros, como país, pasáramos,
en poco más de una década, del sexto al primer lugar. En aspectos muy concretos, en que se juega la vida cotidiana de las personas y sus familias. En la calidad de los empleos, salarios, pensiones, vivienda, salud, educación, recreación.
Los resultados fueron sorprendentemente buenos para Chile y los chilenos. Hoy los recordamos».
Fuente: Cieplan