Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
La semana pasada la mesa y los jefes de todas las bancadas del Senado convocaron a varios centros de pensamiento, para escuchar sus reflexiones. Fue una reunión con una representación muy amplia. Desde los que pedían recuperar la “normalidad” sin cambios relevantes, hasta, “¡Qué importa una estación del Metro cuando hay personas que han muerto!”. También estaba el sacerdote Felipe Berríos, conectado por teleconferencia. En su intervención, señaló que había observado con atención las manifestaciones, y que no vio pobres marchando. Su última frase fue que “los pobres se han quedado en sus casas, cuidando las pocas cosas que tienen”.
Desde esta tribuna hemos señalado que Chile se empantanó hace ya una década. Que en 1990 la estrategia de Boeninger (crecimiento y pobreza) fue exitosa. Pero que hoy la mayoría ciudadana es de clase media y que no existe una estrategia que sea a la vez empática con ese sector y cuya proyección en el tiempo sea dar el salto al desarrollo. Las protestas y el descontento representan a esa clase media.
También circuló un meme de Felipe Berríos donde llama a respetar a las instituciones de la democracia. Puede que no nos guste el gobierno actual, pero fue elegido por la ciudadanía. Lo mismo respecto del Congreso. Que las instituciones de la democracia son más una protección que un obstáculo para los menos poderosos. Que las salidas anárquicas o no institucionales a la situación actual son una amenaza para los más débiles. Es la misma idea que planteó Javiera Parada en su carta renuncia a Revolución Democrática, y que profundizó en entrevistas posteriores. Son posiciones de un profundo sentido valórico respecto a las formas de convivencia social. Las marchas y protestas son legítimas, pero el uso de la violencia como forma de expresión política no lo es.
Thomas Piketty llamó la atención en todo el mundo sobre la concentración del ingreso, de la propiedad y el poder en el 1% más rico de la población en las economías desarrolladas. Me ha llamado la atención que una masa crítica del 1% más rico de Chile ha mostrado voluntad para introducir un impuesto a esa riqueza. Es una propuesta interesante y cuyo sentido es aportar a una mejor convivencia en el país (de paso, esa riqueza no está en la propiedad inmobiliaria).
Pero hay otra minoría -otro 1%- que me preocupa más en el corto plazo: el grupo de la violencia organizada. Hablo de incendios de estaciones del Metro, edificios, supermercados y pequeños locales comerciales, con la intencionalidad expresa de producir daño donde más duela. Ese 1% se ha infiltrado de manera organizada en las marchas y manifestaciones, todas las cuales terminaron con desmanes no espontáneos.
En democracia los cambios se hacen desde la política. La defensa frente a la violencia organizada también. Me preocupa que algunos partidos se hayan restado de buscar salidas consensuadas a la crisis actual. Me preocupa la ambigüedad con que se refieren a la violencia organizada. Me preocupa nuestra democracia.