El coordinador del PROGRAMA CIEPLAN-UTALCA, Rául Sáez, analizó el nuevo escenario político y económico internacional.
El economista participó en el seminario internacional «Rupturas en el orden económico y político global y sus consecuencias para la Alianza del Pacífico» organizado por FLACSO Chile, la Direcon y el Centro UC de Estudios Internacionales (CEIUC) el martes 17 de enero en Santiago.
El tema de Estados Unidos y las políticas de Donald Trump estuvo a cargo de Jeffrey Gedmin de The Atlantic Council and Georgetown University, mientras que los impactos regionales de los cambios en la agenda estratégica-comercial internacional fueron analizados por Joao Augusto Castro Neves, director para América Latina del grupo Eurasia en Washington, D.C.
En el panel también participaron Osvaldo Rosales del CEI y Carlos Portales de FLACSO.
Sáez, ex embajador de Chile ante la OCDE y ex director de Asuntos Internacionales del Ministerio de Hacienda, se refirió a los desafíos regionales planteando que en un escenario más hostil e incluso paralizante para la cooperación económica internacional, «Trump sería un elefante en esa cristalería porque no le interesa la cooperación; ve las relaciones económicas internacionales como un conjunto de juegos de suma-cero».
Desde su perspectiva, la región debe reforzar la cooperación económica regional y las instituciones regionales que la sustentan, como CAF (Banco de Desarrollo de América Latina).
En el mismo sentido, el economista dijo que sería conveniente que Mercosur y la Alianza del Pacífico entraran de lleno en una negociación que permita la liberación total del comercio intra-regional.
«Alcanzar la plena liberalización del comercio intra-regional de bienes y servicios, respetando las diferencias de cada mecanismo e institucionalidad de integración en una primera etapa, sería ya un enorme éxito», agregó.
Lea estudio de Raúl Sáez sobre integración regional
A continuación ofrecemos parte de la presentación de Raúl E. Sáez en el seminario de FLACSO Chile, Direcon y CEIUC.
«La primera era de oro de la globalización terminó abruptamente el 24 de junio de 1914 en Sarajevo. Para algunos la globalización puede revertirse por más que el progreso tecnológico la haya impulsado como lo hicieron el telégrafo, el teléfono, la electricidad, entre otros, antes de 1914. Según el diplomático francés Jean-François Boittin, el 1 de diciembre de 2016 podría ser recordado en los libros de historia del siglo XXII como el comienzo del fin de la actual era de globalización.
El 1 de diciembre es el día en que Trump se vanaglorió de haber logrado que Carrier, el fabricante de máquinas de aire acondicionado, no trasladara toda su producción a México. Esto fue el resultado de una mezcla de subsidios y de intimidación. Los subsidios consisten en una menor carga tributaria de 7 millones de dólares durante una década (no está claro si son anuales). La intimidación: un arancel de 35% para las importaciones de los aparatos hechos en México. Claro, dicho arancel obviamente sería ilegal tanto en el marco del NAFTA como de la OMC. Y eso debieran haberlo sabido los gerentes de Carrier. El punto es que había mucho más en juego, además de no contradecir al presidente electo. Carrier es una subsidiaria de United Technologies. United Technologies es una empresa contratista de defensa que tiene contratos por 5 mil millones de dólares por año como relata Boittin. No cabe duda, por donde vino la verdadera amenaza del Presidente-electo.
Podríamos discutir largo rato cuán efectiva y durable puede ser una política industrial basada en la intimidación. En todo caso, no hay renegociación alguna de los tratados de libre comercio o incremento de la protección arancelaria que restablezca las ventajas comparativas que tenía EE.UU. en los años 50 y 60 en automóviles con motor de combustión interna o en televisores, refrigeradores, y otros bienes de consumo durable. Todos estos sectores están ahora en el centro de las cadenas globales de valor. Además, la tendencia global es hacia un menor empleo en la industria manufacturera aunque su participación en el PIB aumente, por lo que es difícil que haya un aumento neto del empleo en la industria manufacturera norteamericana.
Si la legislación Smoot-Hawley fracasó en reactivar a EE.UU. en 1930, no veo razones para que una estrategia como la que parece estar esbozando Trump sea exitosa ahora.
Con lo que sí hay que poner atención, porque cambiaría los incentivos a invertir en EE.UU. y a la competitividad de las importaciones en el mercado estadounidense, es en la reforma tributaria que podría proponer la mayoría republicana en el Congreso. En ésta se reemplazaría el impuesto de 35% sobre las utilidades de las empresas por un impuesto de 20% sobre los flujos de caja de las empresas. Tal como está la propuesta, en que el impuesto se aplicaría a las importaciones pero no a las exportaciones, el nuevo impuesto federal podría en la práctica significar un arancel a las importaciones y un subsidio a las exportaciones. La propuesta es de muy dudosa legalidad en la OMC. Pero es el ajuste en la frontera con que Trump amenaza.
Pero el mayor problema es que el país que promovió y estableció las reglas internacionales del comercio en los últimos 70 años está dispuesto a romperlas o reemplazarlas por algo que Trump llama mejores “deals”. Como idioma latino, no hay una sola forma de traducir al castellano con precisión lo que todos creemos entender a qué se refiere Trump con “deal”. Según los diccionarios, podría ser un trato, o un negocio, o un acuerdo. Pero claramente se trata de una estrategia ad-hoc, caso a caso, discrecional, sin importar si en el camino se violan o no las obligaciones internacionales.
La OMC y las reglas del comercio internacional son un bien público global. Entre otras funciones, evitan las externalidades que generan los cambios unilaterales en política comercial. A nivel global solo las grandes potencias tienen la capacidad para proveer estos bienes públicos. Esta es la función que cumplió Inglaterra en la primera era de globalización y la que ha estado cumpliendo EE.UU. desde 1947. Entre las dos guerras mundiales, EE.UU. no ocupó el vacío dejado por una debilitada Inglaterra y todos sabemos lo que ocurrió entre 1918 y 1945. Es lo que Joseph Nye ha llamado la trampa de Kindleberger. El economista Charles Kindleberger atribuyó a este vacío lo que ocurrió en los años 30.
Este es el efecto sistémico que puede tener la política comercial de Trump. Ni China ni la UE están, por distintas razones, en condiciones de llenar el vacío que provocaría el rompimiento por parte de EE.UU. de las reglas del comercio internacional. Tendríamos la trampa de Kindleberger.
A lo cual se agrega una OMC debilitada desde el punto de vista de construir nuevas reglas para el comercio (en parte por el desinterés de EE.UU. desde hace años), aunque no desde el punto de vista de hacer respetar las reglas a través del mecanismo de solución de controversias.
Un escenario probable ante un EE.UU. que no cumple sus compromisos internacionales, es de bloques regionales. Por un lado, una UE que buscará reformularse una vez concluido el proceso del Brexit y por otro, China empujando un bloque en Asia en torno al RCEP. Esto obligaría a América Latina a repensar la integración regional.
Este es el primer punto que quería hacer.
El segundo punto, y del cual los economistas nos hemos olvidado en la vorágine por la apertura económica, es respecto de las fronteras del estado-nación. Un tema sobre el cual los franceses Regis Debray y Michel Foucher han escrito recientemente. Después de la caída del muro de Berlín han surgido nuevos muros y pueden haber más en el futuro: el que está construyendo Israel, el de Calais en Francia, el propuesto por Trump en la frontera de EE.UU. con México. El voto del Brexit es también para restablecer la frontera entre el Reino Unido y el resto de Europa.
Los economistas nos hemos olvidado que uno de los bienes públicos que proveen los gobiernos nacionales es la soberanía sobre todo el territorio nacional y la seguridad de las fronteras. La actual globalización involucra a más de 160 estados-nación, no a un puñado de potencias imperiales globales y regionales como la del siglo XIX. Por tanto, hoy esta dimensión de la globalización tiene más importancia de la que tuvo en la del siglo XIX.
A pesar del avance de la globalización las acciones relacionadas con la definición y re-definición de las fronteras, ya sea por la vía jurídica o por la fuerza, siguen determinando las relaciones entre estados. En América Latina estás acciones se han dado por la vía jurídica (en la CIJ La Haya), pero no es el caso en otras regiones del mundo.
Los economistas, entusiasmados por la globalización, hemos ignorado este tema: incluimos la desregulación de las fronteras como parte de la ola desreguladora, afectando una de las funciones básicas de los estados: el resguardo de su soberanía, del control de sus fronteras. Hemos sido sordos a los temas de soberanía y fronterizos.
Es un tema relevante. No tengo claro cómo se puede reducir la actual tensión entre soberanía y globalización. El proyecto de muro de Trump y sus consecuencias para México y América Latina es repudiable. Pero también tenemos que reconocer que los votantes están a favor de medidas que contrarresten lo que ellos perciben, correcta o incorrectamente, como un debilitamiento de la soberanía, y no sólo en EE.UU.
Mis siguientes puntos son sobre América Latina.
Desde hace décadas que América Latina no enfrenta un escenario de tanta incertidumbre respecto de las consecuencias de un cambio de mando en EE.UU. Si nos guiamos por lo que ha sido el discurso de Trump hasta ahora, más allá de México, y bastante vaguedad respecto de Cuba, pareciera no tener planes específicos. Sin embargo, lo que suceda en la relación bilateral con México puede ser un precedente, en particular para los países que tienen TLCs con EE.UU. También se desconoce lo que Trump pueda hacer en el más importante mecanismo de relación financiera entre EE.UU. y la región: el BID.
No hay ninguna señal que a Trump le interese el desarrollo económico. Por tanto, respecto desde el punto de vista de las instituciones como el BID puede ya sea tener una actitud de desinterés benigno o utilizarlas como parte de su garrote. Los países de América Latina debieran estudiar los beneficios de entrar al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura del cual Brasil es el único miembro de la región.
Todo ello en un escenario económico global muy complejo y sin haber hecho todas las tareas necesarias durante el súper ciclo de los precios de las materias primas para sentar las bases de un crecimiento durable en América Latina.
Un regreso al proteccionismo en América Latina, aún con un EE.UU. proteccionista, sería la respuesta equivocada. Implicaría un retroceso en todo lo ganado en reformas a las políticas comerciales en términos de estructuras arancelarias ordenadas y racionalizadas, uso de aranceles y no de restricciones cuantitativas como instrumento de política, regímenes de inversión extranjera directa estables, y eliminación de las distorsiones más extremas de la época de sustitución de importaciones.
Terminado el súper ciclo de precios de las materias primas, América Latina debe hacer un nuevo esfuerzo para avanzar en la integración productiva e invertir en infraestructura de conectividad física, eléctrica y de telecomunicaciones, bajar los costos logísticos del comercio intra-regional, mejorar la infraestructura de los pasos fronterizos y avanzar en una agenda coordinada de facilitación del comercio.
Mercosur y la Alianza del Pacífico tienen que dar un salto cualitativo en su diálogo y entrar de lleno en una negociación que permita la liberación total del comercio intra-regional. Un objetivo podría ser crear un equivalente al Area Económica Europea donde participan la Unión Europea y EFTA. Eso puede construirse en América Latina, solo construyendo el pilar de libre movimiento de bienes y servicios, y dejar los otros pilares (capital, libre movilidad de las personas) para el futuro. Alcanzar la plena liberalización del comercio intra-regional de bienes y servicios, respetando las diferencias de cada mecanismo e institucionalidad de integración en una primera etapa, sería ya un enorme éxito.
En su último Panorama de la Inserción, CEPAL llama la atención sobre la caída del comercio intra-regional. En 2015 fue un 21% menor que el peak de 2011. Para 2016 se proyecta una nueva caída respecto de 2015. A eso se agrega que la participación de América Latina y el Caribe en las exportaciones mundiales de bienes se mantiene estancada desde el comienzo de este siglo. Esto debe revertirse.
México está negociando un nuevo acuerdo de libre comercio con la Unión Europea para reducir su dependencia de EE.UU. Las perspectivas para un avance en las negociaciones entre la UE y Mercosur han mejorado. Una vez que concluyan las negociaciones para estos dos acuerdos de asociación con la UE, toda Latinoamérica con la excepción de Venezuela y Bolivia, tendrá acuerdos con la UE. En ese momento, será oportuno refundir todos estos acuerdos bilaterales en un solo acuerdo de asociación, con consolidación de todas las preferencias bilaterales de manera que toda la región pueda exportar por las mismas ventanas a la UE. Efectivamente, esto es complejo en el caso de la asignación de las cuotas que ha concedido la UE en la agricultura. Pero hay que abrir el tema con la UE en el momento oportuno, a pesar del proceso del Brexit. Más importante sería acordar la acumulación de origen regional para poder exportar a Europa con insumos de distintos países de la región y construir cadenas de valor intra-latinoamericanas.
En un escenario más hostil e incluso paralizante para la cooperación económica internacional (Trump va a ser un elefante en esa cristalería porque no le interesa la cooperación, ve las relaciones económicas internacionales como un conjunto de juegos de suma-cero), América Latina debe reforzar la cooperación económica regional y las instituciones regionales que la sustentan, como CAF-Banco de Desarrollo de América Latina.
Las declaraciones de Trump de este fin de semana que debilitan a la UE y a la OTAN son particularmente alarmantes. Estas dos instituciones han logrado mantener la paz entre las grandes potencias europeas por más de 70 años, lo cual no había ocurrido desde la caída del Imperio Romano.
Para finalizar un comentario respecto del impacto de una expansión mayor de EE.UU. resultado de un impulso fiscal proveniente de un programa de inversiones en infraestructura y rebajas de impuestos. Dado que es un programa de inversión en infraestructura las que utilizan poco cobre es probable que no haya impacto positivo en el precio del cobre. Sin embargo, implica un riesgo financiero para los países emergentes.
La combinación de una política fiscal más expansiva y una monetaria más restrictiva elevará las tasas de interés y el dólar se apreciará, afectando la capacidad de pago de las deudas en dólares de países emergentes y de sus empresas. Además la apreciación del dólar hará menos competitivas a las exportaciones estadounidenses reforzando las presiones por una mayor protección.»
Fuente: CIEPLAN