La innovación y la inclusión figuran entre las metas más importantes de los gobiernos y las sociedades de América Latina de cara a la próxima década. La región ha mostrado un crecimiento históricamente alto durante los últimos 10 años, gracias en gran medida a las exportaciones de recursos naturales a Asia Oriental en general y a China en particular.
Pero ahora esa fuente de ingresos se está reduciendo a causa de la disminución de la tasa de crecimiento de China. Además, no todos los países latinoamericanos ni los grupos internos de cada uno han participado por igual de los beneficios que ha producido este proceso, ni siquiera durante su pleno apogeo, y los que sí lo han hecho, se han mostrado preocupados ante la posibilidad de que el regreso a la dependencia de los recursos naturales no ayude a sus economías ni a sus sociedades.
Así que se ha emprendido la búsqueda de maneras de aumentar el valor agregado de la producción y las exportaciones de América Latina y de asegurar que la mayor parte de la población pueda participar de los beneficios.
La innovación es pertinente porque es una manera importante de aumentar la productividad e incorporar tecnologías más avanzadas a los sectores productivos, lo que conduce a niveles más elevados y sostenidos de inversión y crecimiento.
Los países de América Latina se han rezagado con respecto a los países industrializados, así como con respecto a las economías emergentes de Asia Oriental, en cuanto a la actividad de investigación y desarrollo (I+D). En América Latina se destina una parte mucho menor del PIB a esas actividades y la región no ha producido la cantidad de trabajadores calificados en campos científicos y tecnológicos que necesita. Hay pequeños reductos de excelencia, pero son contados.
La inclusión también es una pieza fundamental del análisis. La inclusión es para América Latina una meta en derecho propio pero estrechamente vinculada con otras áreas. Ninguna estrategia de crecimiento puede aspirar al éxito si deja por fuera a la mayor parte de la población y permite que aumente la desigualdad. Claro está que hay muchas formas de procurar la inclusión.
Ampliando la mirada, una parte importante del libro se concentra en aquellos aspectos que son complementarios del proceso de innovación. Por lo tanto, los dos temas medulares son la educación, especialmente la capacitación de trabajadores calificados para su empleo en ramos de actividad de alta tecnología, y el establecimiento de vínculos entre empresas grandes y avanzadas y las pequeñas y mediandas empresas (PyME) que actúan como sus subcontratistas.
Una pregunta importante que se plantea este libro en cuanto a las políticas, es si hay o no enseñanzas que América Latina pueda aprovechar de los países que han tenido éxito.
El argumento de más peso a favor de la idea de que América Latina puede aprender de esas economías “milagrosas” es que los dos países latinoamericanos más grandes, Brasil y México, fueron agrupados junto con Corea del Sur y Taiwán durante los años 70 y 80 en el grupo de las “economías recientemente industrializadas” (NIE, por su sigla en inglés).
Esos cuatro países exhibieron elevadas tasas de crecimiento y experimentaron procesos de industrialización rápidos durante los años 70. Aunque daba la impresión de que todos esos países seguían trayectorias parecidas, la crisis de la deuda de los años 80 en América Latina se encargó de crear una bifurcación que encaminó a Corea y Taiwán hacia éxitos mayores aún y relegó a Brasil y México a la “década perdida” en cuanto al crecimiento, de la que esos y otros países de la región todavía no se han recuperado del todo. Fue esa divergencia en cuanto al rendimiento lo que condujo al interés de América Latina en Asia Oriental.
Si se pueden obtener lecciones, éstas pueden ayudar a generar un mayor crecimiento y bienestar para la población de América Latina. Se espera que esta obra constituya un pequeño aporte a esa meta.