Autor: Alejandro Foxley
Fuente: Foro de Altos Estudios Sociales de Valparaíso
La historia nos muestra que muchos países no han logrado dar el salto al desarrollo y se han quedado atrapados en un nivel de ingreso medio. Según cifras del Banco Mundial hace medio siglo había cerca de 100 países clasificados como economía de ingreso medio y bajo. De ellos, solo 12 países lograron pasar el umbral. ¿Cuántos latinoamericanos? Ninguno. Para evitar caer en esta “trampa del ingreso medio” los países de América latina -incluyendo a Chile- deberían focalizar sus esfuerzos en enfrentar al menos cuatro desafíos centrales.
El primero es el desafío de aumentar la productividad. la heterogénea geografía de nuestros países y la dificultad de conexión fluida por vías terrestres entre sus regiones respecto de grandes megalópolis como lima, Santiago, Caracas o Buenos Aires, hacen que el alto costo de transporte se convierta en una fuerte desventaja para competir con economías más desarrolladas, como las del Este de Asia.
Aumentos de productividad, suponen, por lo tanto, un incremento muy fuerte de la inversión en infraestructura, que mejore la interconectividad y la integración territorial del país. Al mismo tiempo, para aumentar la productividad se requiere una inversión mucho más fuerte en capital humano. Invertir en las personases una forma muy eficaz para avanzar hacia una economía del conocimiento con una mayor productividad de la fuerza de trabajo. El otro instrumento para inducir una mayor productividad es una política activa de fomento a la integración productiva. En Europa se habla de crear “estrategias de especialización inteligente”, fomentando clusters que permitan competir a nivel global.
El segundo desafío es reducir las desigualdades y aumentar la inclusión social. Estudios elaborados para Unicef concluyeron que la capacidad de aprendizaje de una persona se determina en gran medida en los primeros 1.000 días de vida. En una familia de ingresos bajos los niños aprenden en promedio unas 500 palabras al cumplir tres años. Pero en el caso de los hijos de profesionales, aprenden 1.200. Esto quiere decir que hemos creado un “techo de nubes” para ese niño que forma parte de una familia vulnerable. Si queremos hablar en serio de reducir desigualdades, tenemos que poner los mejores esfuerzos y recursos para nivelar el terreno de juego en la primera infancia: en la extensión y calidad de los cuidados infantiles y a nivel preescolar. Por eso creo que el tema prioritario no es la gratuidad universitaria en este contexto. La raíz del problema de la desigualdad es la educación temprana. También hay otros elementos fundamentales cuando hablamos de inclusión: disminuir el trabajo informal y aumentar el acceso al mercado laboral de mujeres y jóvenes.
El tercero es el desafío de una clase media menos vulnerable. Es urgente desarrollar una red de protección social, que vaya más allá de los sectores más pobres. Eso es lo que se ha estado intentando en Chile y en América latina, con resultados mezclados. Una dificultad recurrente es que esta clase media vulnerable a menudo prefiere un acceso a un sistema de salud privada que consideran de mejor calidad. A un sistema previsional que garantice una pensión que no signifique que al jubilar se caiga de vuelta en la pobreza. A un sistema educacional, en que los hijos vayan, ojalá a una educación pública gratuita y si no es así, si es educación privada, que sea ciertamente regulada, para que la gente de clase media pueda efectivamente acceder y pagar sin sobreendeudarse, la educación de sus hijos. De nuevo, aquí hay una serie de desafíos.
Hay que entender a tiempo que en estas democracias de ingreso medio, los sectores medios son fundamentales para dar estabilidad, y para permitir proyectar más allá de unos pocos años, el desafío de crecer aceleradamente hasta llegar a ese umbral, que señalábamos al comienzo. Se trata de aquello que permite, a un país decir, “la parte peor ya la pasamos” y ahora estamos empezando a ver más cerca el objetivo de entrar a la categoría de los países más avanzados.
El cuarto desafío es la calidad de las instituciones. A menuda nos preguntamos cómo organizar y fortalecer las instituciones para que éstas no se conviertan en el refugio de minorías políticas o gremiales que se autorefuerzan en su poder e influencia. Cómo establecer, por ejemplo, límites al número de períodos que un parlamentario puede ser reelegido, o un alcalde, o un concejal. Cómo hacer a las instituciones más trasparentes. Cómo atacar a fondo y denunciar a tiempo la corrupción. Afortunadamente este es un proceso que ya está en marcha en Chile, aunque el desenlace final es aún incierto. En este sentido es clave la capacidad de construir acuerdos amplios en los temas estratégicos del desarrollo futuro. Por lo menos en el caso de Chile, hay conversaciones en torno a la energía, el medioambiente y el desarrollo urbano que requieren mucha atención. Muchas veces nos enfrentamos a un desarrollo desordenado, con alta congestión, con inseguridad para las personas, con segregación en los barrios, con precariedad habitacional y también informalidad laboral. Todos esos temas son centrales para el futuro y para la estabilidad de las democracias. Tenemos que hacer un esfuerzo por concertar voluntades. Tenemos que avanzar desde la cultura de la confrontación a la cultura de la cooperación, de la “retórica de la intransigencia” a una sociedad más inclusiva, menos desigual y donde, como ciudadanos, nos importe la vida de los otros.