En el marco del lanzamiento del nuevo libro de Alejandro Foxley, compartimos las palabras de Eugenio Tironi, ex presidente de CIEPLAN.

Este libro no está dirigido en contra de nadie, llama al reencuentro casi con obsesión, al reencuentro de los enemigos ideológicos de ayer, a la integración de los diferentes países que coexisten en el Chile de hoy, pero quizás lo más llamativo es que se trata de un libro que habla de futuro, que toma el riesgo de señalar un horizonte posible. 

Esto no lo dije a propósito de este libro, que presentamos hoy día, sino de otro de Alejandro, que se llamaba Chile y su futuro, un país posible, fue el 13 de agosto de 1987, en la casa de CIEPLAN en la avenida Colón. También esa vez tuve el honor de presentarlo y digo el honor porque realmente me siento honrado de presentar, y me siento con mucha responsabilidad de contar este nuevo libro de una figura que ha marcado mi vida, como así de muchos chilenos, bueno, Cony y Cecilia Barría, como buenas periodistas, se esfuerzan en hurgar en la vida íntima de Alejandro Foxley, pero este se resiste como lo ha hecho siempre, animado por esa porfiada sobriedad. 

Éramos una familia que se las arreglaba con una vida austera, dice, donde aprendió que nada es fácil, que hay que ponerle fuerza, ponerle el alma a las cosas porque parece no haber recreo, cuando uno revisa la vida de este cabro de provincia como él se describe, efectivamente parece no haber recreo, ingeniero civil químico, presidente de la federación de estudiantes de la Universidad Católica de Valparaíso, doctor en Economía, profesor de la Universidad Católica, fundador de CIPLAN que luego se convirtió en CIEPLAN, profesor de la universidad de Notre Dame, profesos e investigador, invitado y asociado a las más renombradas universidades del planeta, ministro de hacienda, canciller, presidente de la Democracia Cristiana, senador, o sea, no falta nada. 

Pero cuando ustedes lean el libro, porque tendrán que leerlo, verán que en sus páginas no hay un atisbo de engreimiento, al revés, lo que reina es la humildad, diría más la timidez. Y me van a perdonar, pero voy a aprovechar esta oportunidad para revelarme, contra esta timidez, para decir lo que Foxley y el libro no dicen, pero que todos los que estamos en esta sala sabemos de sobra. 

El libro no lo dice, pero Foxley ha sido un economista de talla internacional que no ha respetado las fronteras de su disciplina y que formó a muchas generaciones de economistas y cientistas sociales en Chile y América Latina, el libro no lo dice, pero Foxley fue fundamental en la oposición democrática a la dictadura. Sin él no habría tenido la unión democratacristianos-socialistas ni la creación de la cultura a cooperación que dio origen a la Concertación. El libro no lo dice, pero sus ideas fueron la columna vertebral de la transición y del gobierno de Aylwin, y no solo en el plano económico, también en el plano político, el libro no lo dice, pero Foxley cambió la trayectoria de las políticas económicas y sociales neoliberales, dándole un nuevo rostro a Chile. El libro no lo dice, pero le tocó conducir la economía chilena en una de las coyunturas más difíciles de la historia, con un éxito hoy reconocido por tirios y troyanos, el libro no lo dice, pero Foxley es uno de los padres fundadores del Chile moderno, del Chile que ahora se plantea ya no salir del sub desarrollo, sino cómo alcanzar un desarrollo de calidad. 

En sus conversaciones Foxley rinde homenaje a Aylwin y a Beninguer, lo que es de toda justicia, pero déjenme decirles una cosa, no habría habido un Aylwin ni un Boeninger sin un Foxley. Aunque no es la intención del libro, de la lectura de él, uno va infiriendo lo que podríamos llamar la doctrina Foxley, cree en el diálogo, prueba de ello son los encuentro con la comunidad que organizó CIEPLAN, en los años ochenta, los acuerdos con Manuel Bustos y Manuel Feliú para sacar adelante las reformas laborales y tributarias en los años noventa, su labor en el Senado como presidente de la comisión de hacienda. Hay que gastar tiempo, dice, mucho tiempo en construir confianzas, lo cual exige un lenguaje convocante, humilde, que reconozca las propias limitaciones, Foxley cree en la sabiduría de la gente, por lo mismo rechaza cualquier atisbo de populismo, la gente sabe que las cosas cuestan, dice, como recordando su niñez. Que los logros tienen que ser graduales, que lo que importa es que se les dé estabilidad para que puedan planificar su vida a futuro, y sentir que pueden avanzar sobre todo pensando en abrirles un camino mejor a sus hijos. Eso es Foxley creo yo, en estado puro, cree en la gradualidad, no en los shocks, como el de los Chicago Boys, ni en los ajustes bruscos, ni en las retroexcavadoras. Esto no significa que niegue la necesidad de rupturas, pero estas deben ser pocas y estar dirigidas a inducir la creatividad y el trabajo colaborativo, dice Foxley.

Cree en el compromiso y en la política como el arte de construirlo, aprendí, dice Alejandro, que siempre hay un subóptimo técnico que es mejor que el óptimo técnico, cuando ese resultado de varios puntos de vista que convergen en un terreno común y se alcanza un acuerdo. Cómo se hace ese proceso es tanto más importante que el resultado final, fue esta visión, seguramente la que le llevó a ser reconocido como un líder político valiente, unitario, y generoso, cree en la cooperación, dice, el aprendizaje es colectivo, es cooperativo, es compartido. Será por esto que Alejandro es un hombre de equipos, un formador de instituciones, como la que hoy día nos acoge, su querido CIEPLAN, cree en la persistencia, él mismo es un trabajador incansable que no se deja abatir, cuando recuerda a CIEPLAN, en los años ochenta y setenta, dice, fue una lluvia fina, estaba la tierra seca, no salía nada de nada, y no sé por qué pensábamos que algún día iba a pasar algo.

Cree en la autocrítica, de hecho realiza varias, como no haber sido más estrictos en materia regulatoria para proteger la libre competencia y contener la influencia de grupos de interés o no haber flexibilizado más el mercado laboral o no haberse anticipado al problema de endeudamiento de las familias para pagar la educación superior de sus hijos, ni la crisis de financiamiento de la política. Cree en la globalización, cuenta que nunca tuvo dudas que había que dar con dignidad a la apertura exterior iniciada en los ochenta, se las jugó por eso, no solo desde haciendo, también desde la cancillería donde impulso lo que es hoy la Alianza del Pacífico y algo que me consta que fue tan querido por Alejandro, y que lo mencionan en el libro, confió en las becas para estudiantes chilenos de bajos recursos para que pudieran ir a estudiar a Estados Unidos. Y cree en el futuro, no es casual que tiene casi un tercio de conversaciones a hablar del provenir, de lo que bautiza como la segunda transición y que describe como un proceso gradual, pero persistente de cambios económicos, políticos y sociales que amplíen las oportunidades y la calidad de vida, particularmente en los sectores medios y vulnerables. 

Ahora bien, qué se requiere para una segunda transición, básicamente dos reformas, dice el libro, la primera es pasar de un Estado burocrático como el actual a un Estado inteligente. La segunda, la más importantes, es una reforma cultural como la que mencionaba Cony recién, se trata, a juicio de Alejandro, de pasar a la cultura de la confrontación, exacerbada en los años recientes, a la cultura de la cooperación, de construir acuerdos y generar confianzas. Pero ningún país sostiene ha logrado dar el salto al desarrollo sin este fundamento básico de acuerdo, la segunda transición, en suma, requiere básicamente los mismos ingredientes que Foxley reivindicaba en 1987 y que permitieron el éxito de la transición, la primera transición, la que nos condujo a una democracia inclusive que hoy, a pesar de sus limitaciones nos acoge a todos, uno se pregunta, no obstante, si acaso es posible ocupar la misma fórmula en un mundo donde ya no reina una noción única del desarrollo y en una sociedad heterogénea y fragmentada con una estructura de poder menos vertical y una población menos inquisitiva y más desconfiada de la élites y las instituciones. 

Pero tratándose de un optimista profesional, como él mismo se confiesa, Foxley señala estar seguro que podemos reestablecer la cultura de la cooperación y con ellos sacar adelante la segunda transición, ojalá esta vez también tenga razón. Cuando Alejandro describe cuál ha sido el norte de su vida lo hace parcamente como es lo habitual, en el balance dice se trata de dejar una marca, eso es lo que a mí me gusta, dejar una huella. Los que estamos aquí les podemos decir que ha cumplido su propósito con creces, pero se equivoca en una cosa, no es una huella la que ha dejado, sino un árbol frondoso, un árbol que no morirá jamás porque sus raíces se hunden en lo más profundo del alma de Chile. Muchas gracias.

Eugenio Tironi
Sociólogo
 
Lunes 16 de octubre de 2017 

Fuente: Cieplan


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