Autor: José Pablo Arellano
Fuente: El Mercurio

La OCDE acaba de publicar un estudio sobre competencias básicas en educación y su contribución al desarrollo de los países.

A ese efecto, recopila antecedentes sobre calidad educativa, definida como las competencias básicas que logran los estudiantes en lectura, matemática y ciencias, en 76 países. El logro alcanzado por los estudiantes en estos países se determina sobre la base de las pruebas PISA, Timms y Terce, realizadas a lo largo de los últimos 25 años.

Chile es uno de los países que han participado en casi todas esas mediciones; por tanto, disponemos de valiosa información comparable sobre la calidad de los aprendizajes de nuestros alumnos a lo largo de este período.

Los datos son destacables: Chile, de los 49 países para los cuales existe información comparable, es el segundo que más mejora sus resultados entre 1995 y 2009. Solo es superado por Letonia, que tiene menos de la décima parte de estudiantes que nosotros.

Chile no solo es el país que más mejoró los resultados de aprendizaje, sino que también lo hace especialmente entre los estudiantes más vulnerables. En la prueba PISA de lenguaje 2012 la proporción de alumnos que no logran las competencias básicas llegó al 33%, que se compara muy favorablemente con el 48% que estaba en esa situación en el 2000. 

Muy pocos países muestran una reducción similar de alumnos que no logran las competencias básicas.Todo esto al mismo tiempo que se siguió aumentando la cobertura de la enseñanza media.

Los datos anteriores contrastan con la opinión muy crítica que frecuentemente se expresa sobre la calidad de nuestro sistema escolar. No hay duda de que los desafíos son todavía enormes: la tercera parte de los alumnos a los 15 años no ha alcanzado las competencias básicas esperadas a esa edad. 

El promedio de los resultados logrados por nuestros alumnos, si bien es superior a todos los otros países latinoamericanos, es todavía inferior al promedio en la OCDE y el 10% mejor de nuestros estudiantes está por debajo del resultado que obtiene más de la mitad de los alumnos en los países líderes en calidad educativa.

Lo que nos indican estos estudios es que el país ha estado mejorando de manera importante sus resultados y que por tanto los cambios que busquen mejorar la calidad no pueden pretender un afán refundacional, como si estuviéramos estancados o retrocediendo. 

Muy por el contrario, todos los cambios -si se quiere que sean efectivos- deben construir sobre lo avanzado en calidad y equidad. No hacerlo sería arriesgar lo logrado. Mejorarlo requiere consistencia, coherencia, acumulación y perseverancia. No existen respuestas fáciles.

¿Dónde poner el acento para seguir mejorando la calidad? En la política hacia los docentes: su formación inicial en las universidades, su habilitación antes que asuman la responsabilidad de enseñar, ofrecerles condiciones de trabajo cada vez más atractivas, la evaluación de sus resultados y su capacitación permanente. Tal como señalan los directores de educación de la OCDE y Unesco en la introducción del estudio que aquí comentamos, «la calidad del sistema educativo no supera la de sus docentes».

De allí la importancia de la iniciativa legal que se discute en el Congreso. Mejorar el salario de ingreso a la profesión docente, elevar las horas no lectivas, establecer un examen que habilite para la docencia son materias incluidas en el proyecto, que resultan muy importantes para mejorar la calidad educativa. Asimismo lo es mantener y seguir perfeccionando el sistema de evaluación docente introducido hace más de diez años. 

En cambio, la forma en que se establece la carrera docente y su extensión en forma obligatoria para todo el sistema escolar resultan rígidas y no dan cuenta de la necesaria diversidad y descentralización que se requiere en el sistema. Esto debe ser corregido.

Por cierto la agenda es bastante más amplia de lo que es posible anotar en estas líneas, lo importante es establecer prioridades y construir sobre lo mucho que se ha avanzado.

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