Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
En mapudungun la repetición de una palabra, dependiendo del contexto, puede ser el plural o puede ser mucho o muy. Llayllay, por ejemplo, podría ser vientos o mucho viento. Y los chilenos hablamos así. Si un lugar es demasiado feo decimos feo-feo; cuando nos fue muy mal nos fue mal-mal, el muy tonto es tonto-tonto (o “h-h”), el buen café es café-café, y así. Pues bien, hoy escribo sobre algo bueno-bueno que sucede en Chile.
Para los ejecutivos y grandes accionistas de las mega empresas forestales, las ONG ambientalistas deben representar un mundo distinto, desconocido, agresivo y sospechoso. Para los representantes y miembros de esas ONG, a su vez, los otros son los de un mundo egoísta y poco confiable. Además, sus hijos van a colegios distintos, viven en comunidades diferentes, leen otras cosas y votan por otros candidatos. Las empresas de “Big-Data” (Google, Spotify, Facebook) probablemente asignan a unos y otros a tribus diferentes. Lo mismo si añadimos a representantes de los pueblos indígenas como un tercer grupo.
A comienzos de 2015 el ministro Furche convocó a representantes de esos tres grupos, y de académicos, científicos, trabajadores forestales, pequeños y medianos empresarios y campesinos para que, en conjunto con funcionarios del ministerio de agricultura, constituyeran el Consejo de Política Forestal. Al cabo de un año de trabajo, el Consejo publicó “Política Forestal 2015-2035”, con el respaldo unánime de todos sus miembros.
Yo escuché el relato de uno de los miembros (no diré de cuál tribu, porque podría haber sido de cualquiera). Su actitud inicial fue de desconfianza: nada bueno podía resultar de ese grupo imposible. A poco andar la desconfianza cambió a sorpresa: cada uno de los integrantes tenía una visión prepensada del sector forestal y, asombrosamente, en muchos aspectos coincidente con las del resto.
La secretaría técnica del Consejo, a cargo de Conaf, tuvo el tino de señalar que el punto de partida era la situación vigente, sin entrar a detallar los antecedentes históricos de esa situación. Una vez más quedó demostrado que a los chilenos nos divide más el pasado que el futuro (la historia reciente nos divide-divide).
Ese proceso es pariente cercano a lo que logró el exministro Pacheco puso de acuerdo a empresas eléctricas, regantes y ONG para destrabar la crisis energética hacia la que se encaminaba el país. En lo principal, el Estado como facilitador del diálogo entre partes hostiles entre sí, para generar una agenda de trabajo para el beneficio recíproco.
Hace 25 años atrás parecía más fácil ponerse de acuerdo. Hoy, en cambio, somos un archipiélago de tribus desconfiadas unas de otras e incapaces de dialogar. La iniciativa del ministro Furche es la esencia de la política: el futuro se construye entre todos.